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Viaje al gusto

Un viaje enoturístico por la isla de Gran Canaria

03/02/2022

A finales del siglo xix en Gran Canaria ya se practicaba el enoturismo. No lo llamaban así ni se sabía que estaban haciendo turismo enológico, claro, pero los turistas ingleses que llegaban a la isla atraídos por los relatos de viajeros y lo que contaban las guías turísticas que ya se publicaban en buena parte de Europa, recorrían la comarca del Monte Lentiscal en una especie de peregrinación en la que se extasiaban ante la rusticidad de la zona y la espectacularidad de la caldera de Bandama, mientras se dejaban agasajar con vasos de moscatel y malvasía.

Toda esta zona estaba plagada de viñedos y lagares y, por su relativa cercanía a la capital isleña (además de por lo atractivo del paisaje y porque aquí se habían construido los dos primeros grandes hoteles balnearios), se convirtió en parte del itinerario que recorrían aquellos turistas ingleses en lo que se denominó “la vuelta al mundo”, un circuito pensado para entretener a quienes venían buscando, sobre todo, alivio para sus trastornos reumáticos o pulmonares.

El caso es que aquel tour acababa llevándolos a lugares como la Finca el Mocanal, donde estaba (y sigue estando) la Bodega San Juan, con su magnífico camino de entrada flanqueado por enormes algarrobos centenarios. La quinta generación de bodegueros está hoy representada por Cristina Millán, cuyo propósito es renovar el perfil de los vinos elaborados aquí. Ha empezado con un tinto, pero llegarán los blancos y los dulces de moscatel por los que era conocida la bodega en otros tiempos. También se ha reactivado lo tocante al turismo y, ahora, las antiguas naves, los lagares enormes y cuevas de barricas se han musealizado y forman parte de un recorrido en el que se puede conocer la historia de esta bodega que conserva hasta los objetos más inverosímiles relacionados con el mundo de la vitivinicultura.

Cerca de aquí, en la parte baja de la ladera noroeste del pico de Bandama, está la Bodega Los Lirios, otra de las históricas del monte Lentiscal. El paisaje negro del picón, de la arena volcánica, contrasta con los colores del viñedo y con el manto herbáceo que dejan crecer en él.

El paseo por las viñas forma parte de las visitas a esta hacienda, de cuyo origen no se sabe mucho. Sí se conoce que antiguamente fue un convento y que después pasó a manos privadas y a estar ya por completo destinada a la producción agrícola y, sobre todo, vitícola.

Los bochinches

El lagar de piedra que se conserva junto a la bodega es otro de los espacios que más llaman la atención pero, tal vez, el que se lleva la palma es el bochinche.

Así se llamaban aquí las tabernas de paso que preparaban comidas sencillas para los viajeros, los comerciantes o los trabajadores de las fincas y solían vender el excedente de vino de su producción. Se viene a beberlo y a probar los platos típicos de la gastronomía local, pero, además, los viernes organizan sesiones de teatro y los domingos sus Sunday Wines, que incluyen un mercadillo de productos de marcas canarias y música en directo.

Antes de viajar hacia el centro de la isla, hacia Las Cumbres, hay que visitar en la caldera de Bandama otra de las bodegas más singulares: la Bodega Señorío de Cabrera, una modesta finca familiar ubicada en el barranco de García Ruiz, una ladera con inclinación imposible… Aquí, Felisa y Agustín se han montado su pequeño paraíso vegetal donde todo se hace en pequeño formato y con una sencillez apabullante.

El viñedo está plantado en la parte alta de la pared, en bancales mínimos arañados en la roca. También hay cafetos, olivos y naranjos, que es lo que Agustín plantó en un principio, aunque luego lo convencieron para plantar vides. Al viñedo se accede en una vagoneta por raíles, al estilo de los de terrenos como los de la Ribeira Sacra gallega.

Alojarse en una cueva

Ya en el interior de la isla, el espectáculo de Tejeda y la enorme caldera con barrancos, crestas, quebradas, hondonadas, cuevas, promontorios y salientes es algo digno de contemplar. Esta es una de las zonas arqueológicas por excelencia de Gran Canaria.

En los actuales centros de interpretación del Roque Bentayga o en el de Risco Caído se puede conocer más sobre el pasado indígena de Gran Canaria, tan sorprendente como desconocido. Y en Artenara, incluso tener la oportunidad de alojarse en una cueva, que era el tipo de vivienda de quienes habitaban este entorno hasta fechas muy recientes.

Hoy muchas de esas cuevas se han reconvertido en alojamientos turísticos, como la casa-cueva Las Margaritas, de Artenatur, pero otras siguen siendo el domicilio habitual de mucha gente. La temperatura del interior permanece estable, por lo que en invierno permite estar más al abrigo y en verano más frescos.

Excavada en la roca está también la Bodega Agala (Bodegas Bentayga), en el extremo este de la caldera de Tejeda. El proyecto al frente del que está Sandra Armas comenzó hace 25 años cuando su padre plantó el viñedo. Tuvo que hacer las terrazas que hoy se ven, pues, evidentemente, la orografía del lugar es demasiado abrupta y fragosa. Eso tampoco permitía crear grandes extensiones, así que, finalmente, tienen 30 miniparcelas a diferentes alturas. Y el tema de la altitud es lo que le ha dado también su singularidad: puesto que estos eran vinos de altura, utilizarían la altitud como valor añadido en la elaboración y en la promoción.

Por eso, sus vinos llevan por nombre el guarismo que hace referencia a la altitud de la parcela de la que procede la uva que contiene en mayor porcentaje cada vino. Y las cotas van desde los 1.050 hasta los 1.318 metros. La parcela que se extiende justo a la puerta de la bodega es la de mayor altitud y aquí se organiza una de sus actividades turísticas, el Sunset de Agala, o lo que es lo mismo, la contemplación de la puesta de sol a las cinco de la tarde, mientras se disfruta de un vino excelente rodeados de las viñas.

La última etapa del viaje lleva primero hacia San Bartolomé de Tirajana, donde se encuentra Bodegas Las Tirajanas. Esta cooperativa ofrece la posibilidad de realizar visitas guiadas bajo reserva en las que explican la historia de la vitivinicultura en Gran Canaria, las variedades de uva, el proceso de elaboración de sus vinos y las particularidades de la zona en la que se asientan los viñedos de sus socios, que comparten terreno con olivos y palmeras.

También aceite de oliva

De todas las islas Canarias, esta es la única que tiene una verdadera tradición olivarera. Aquí se cultiva especialmente la variedad verdial, tanto para aceite como para consumo de aceituna de mesa. Las visitas guiadas se acompañan de una degustación de los productos de la zona, por lo que con los vinos se puede probar aceite, aceitunas con mojo, queso artesano y pan.

El lado más gourmet llega en Las Palmas, y en un viaje como este hay algunos lugares que no pueden quedarse fuera, como Vinófilos Triana, “un lugar de tapas y picoteo con una gran enoteca, con referencias nacionales e internacionales, pero en la que sobresalen los vinos canarios”, como lo define Mario Reyes, su creador, un sumiller que también presta especial atención al servicio de sala.

Tampoco puede faltar un almuerzo o una cena en Hestia, el restaurante de Juan Santiago, un joven cocinero que desde muy temprana edad tenía claro que quería estar en los fogones y que se lanzó con su proyecto más personal en el barrio de Guanarteme, o en Poemas, restaurante que los hermanos Padrón inauguraron en el Hotel Santa Catalina. Su cocina también se centra en lo local, con productos canarios presentados, además, en una vajilla diseñada por el creador grancanario Néstor Martín-Fernández de la Torre.

LA DOP GRAN CANARIA

La denominación de origen vitivinícola Gran Canaria se crea en el año 2005, tras la unificación de las dos denominaciones existentes hasta el momento en la isla: Gran Canaria y Monte Lentiscal.

Según el Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria, la zona de producción de los vinos amparados por la DOP se extiende a la totalidad de la isla y cuenta con una superficie total de unas 250 hectáreas, 230 de ellas registradas, y sus viñedos se encuentran en parcelas pequeñas de suelo agrícola, sobre todo de las medianías y cumbres de la isla, compartiendo espacio en muchos casos con otros cultivos.

La forma de cultivo en la isla es muy diversa e irregular. La variedad más usada es la negra común (listán negro), mayoritaria en toda la comarca, seguida por la tintilla, vijariego negra, negramoll y castellana. Entre las variedades blancas, destaca de forma mayoritaria la moscatel de Alejandría, seguida de vijariego, pedro ximénez, listán blanco, malvasía, gual, albillo, marmajuelo y forastera blanca.