El secretario general de la Federación Española del Vino, Pau Roca, parte como favorito en el proceso electoral que tendrá lugar el próximo mes de noviembre en Punta del Este, Uruguay, para auparse a la Dirección General de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), un organismo intergubernamental con sede en París, de carácter científico y técnico y con competencias mundialmente reconocidas en el campo de la viña y el vino. Desde su creación en 1924, entonces como Oficina Internacional de la Viña y el Vino, sería la primera vez que esta institución es dirigida por un experto español. ¿Qué funciones tiene la Organización Internacional de la Viña y el Vino? En primer lugar, intentar armonizar las normas que afectan al sector vitivinícola anticipándose a su aplicación en sus Estados miembros. Emite resoluciones sobre varios campos (como las prácticas enológicas, métodos de análisis…) que se aplican directamente en muchos Estados y en los reglamentos de la Unión Europea. Además, la organización cuenta con una red formada por unos 700 científicos de todo el mundo, lo que le permite orientar, transmitir y movilizar las líneas de trabajo de otras instituciones, así como fomentar acuerdos bilaterales o multilaterales en materia de cooperación, innovación, investigación… Todo ello revierte en que la OIV sea muy importante para el futuro del sector, anticipándose a su realidad económica y jurídica para crear un espacio en el que este pueda moverse y hacer negocio. De ganar las próximas elecciones, ¿cuáles son los retos que plantearía para la OIV? Internamente me gustaría plantear una serie de retos para mejorar los métodos y los procedimientos que siempre hay que modernizar en cualquier organización y lograr posicionar a la OIV en el ámbito de las organizaciones multilaterales. Por su parte, el sector del vino tiene una serie de objetivos a los que debe responder la OIV, como son actualmente el comercio internacional y la percepción de su imagen como bebida alcohólica. Nos conviene que el comercio internacional fluya sin tropiezos y dentro de la Organización Mundial de la Salud tenemos un reto importante, que es trasladar y dar a conocer a los consumidores cuáles son las pautas óptimas para su consumo. ¿Por qué decidió presentarte al cargo de director general? Hace 22 años me lo pidió el ministro Luis Atienza y, posteriormente, Loyola de Palacio. Ambos apostaban por que España tuviese un candidato a la Dirección General. Aquellas primeras elecciones las perdí contra un candidato francés, país que dirigía la OIV desde la época de su fundación en 1924. Era la primera vez que retábamos al sistema. Quedó patente desde entonces el interés de España por dirigir la organización y ahora hemos visto una oportunidad clara. En la OIV hay miembros que son productores, pero, ¿se plantearía ampliar la presencia de los países consumidores? Esto es muy importante, porque los países solo consumidores son muy sensibles a las políticas de etiquetado y a las normas sobre el alcohol. Creo que el futuro de la OIV pasa por integrar más sobre todo a estos países, como es el caso de los del sudeste asiático. Todos ellos necesitan servicios que les puede ofrecer la organización para ayudarles a constituir su entramado legislativo que regule el sector, el sistema de colaboración con otros países en la persecución de los fraudes, etc. La realidad es que, por lo general, aunque no sean miembros de la OIV, al ser esta la principal organización de referencia del sector, terminan adoptando sus normas. Además, la Unión Europea es muy pro OIV, y en sus acuerdos comerciales las referencias son las emanadas de la organización. El vino es uno de los productos que más se falsifican, sobre todo el prémium. ¿Qué postura se podría defender desde la organización en el tema de los derechos de propiedad intelectual? El fraude a la propiedad intelectual es un tema muy grave y común con otros sectores. Por nuestra parte, hay todo un campo de actuación en el que los métodos científicos de trazabilidad son muy importantes. La OIV lleva trabajando mucho en este tema y su control está muy desarrollado científicamente. Y es que precisamente el origen de la anterior Oficina Internacional de la Viña y el Vino en 1924 surge de la necesidad de perseguir el fraude. Desde siempre hay todo un sistema de prevención que funciona muy bien para evitar este tipo de problemas. Vigilancia de existencias, registros, guías de transporte… Es un sector muy vigilado y la función tutelar por parte de todos los países es importante. ¿Está de acuerdo con la definición de vino que existe, en el momento en que se permite la chaptalización, el vino de frutas, etc.? Hay unas definiciones muy claras y precisas para las 17 categorías vitícolas (tranquilo, espumoso, aromatizado, etc.), y actualmente no hay base jurídica en la OIV para dar pie al enriquecimiento con sacarosa (chaptalización) de algunos vinos. No obstante, en la reglamentación de la UE está autorizado y esto no deja de reflejar una contradicción que en algún momento habrá que abordar. ¿El debate de los alérgenos está cerrado en la OIV? La solución ha venido a través de la información en el etiquetado, que tiene sus limitaciones. La persona alérgica debe estar bien informada y tener la información accesible, pero en un producto como el vino, que circula por tantos países, el idioma de comunicación es un problema, dado que en un sector con tanta fragmentación de pequeñas empresas es muy difícil prever dónde terminará el producto final y si irá correctamente etiquetado en el país de destino. Si ampliamos esto a la información complementaria (calorías, ingredientes, etc.) todo se complica bastante por el reducido espacio de las etiquetas. Hasta ahora el sector del vino pensaba que esta información no era muy relevante y que era mucho más importante para el consumidor conocer aquellos factores ligados a la calidad del vino, la variedad, el proceso de elaboración, la crianza… Es un problema complejo para el país consumidor y el país de origen. Pero se tiene que resolver con visión global, y por ello el tema de los pictogramas puede ser una solución, porque los consumidores que tienen un problema los reconocen.