En todo el mundo agrícola, el suelo es el sustrato primario que alimenta cultivos y pastos. Pero, con un manejo adecuado, la agricultura también puede devolver a la tierra la fertilidad de la que se nutre y combatir, de paso, el cambio climático. Es el propósito de la agricultura regenerativa: recuperar la salud del suelo, tanto en términos de estructura física como de biodiversidad y composición química, por medio de procesos ecológicos. Las recetas de esa interacción varían en cada contexto. Por eso, en Cataluña, el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), con la participación del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y la Universidad de Lleida (UdL), ha lanzado este año AgriRegenCat y AgriCarboniCat. Son dos proyectos complementarios con una línea de investigación común: identificar las mejores prácticas agrícolas para incrementar los servicios ecosistémicos del suelo en distintos cultivos y condiciones climáticas y agrícolas de Cataluña. «Con proyectos como estos, ponemos el foco en el suelo, uno de los grandes olvidados hasta ahora», destaca el director general del IRTA, Josep Usall. Es una toma de conciencia de lo que se está haciendo bien en el campo, con técnicas como reducir el trabajo del suelo, la buena gestión de la poda o la fertilización orgánica. «Apenas se ha cuantificado su impacto en los agroecosistemas», apunta Georgina Alins, investigadora del IRTA y coordinadora de AgriRegenCat.
El alcance de los dos estudios es muy transversal, con una red de fincas en todo el territorio catalán, representativas de los principales cultivos, como trigo, arroz, manzano, viña, huerta y pastos. En cada cultivo se aplicarán diferentes técnicas y se evaluará su viabilidad ambiental, agronómica y económica. Tanto en parcelas del IRTA como en explotaciones comerciales, muchas de las pruebas darán continuidad a proyectos de investigación precedentes. «Desplegamos todo el IRTA, movilizaremos un volumen importante de investigadores», destaca la coordinadora de AgriCarboniCat, Maite Martínez-Eixarch. El proyecto que coordina Martínez-Eixarch monitorizará los efectos sobre el secuestro de carbono, mientras que AgriRegenCat se centrará en aspectos como la fertilidad y la biodiversidad del suelo y su capacidad para resistir eventos climáticos extremos. Las cubiertas vegetales, por ejemplo, se analizarán en varios cultivos, comparándolas con las prácticas estándares. Otros, en cambio, son más particulares: es el caso de la inoculación de hongos en suelos hortícolas o las técnicas de bioeconomía circular con compost de estiércol de vacuno, en cultivos extensivos.
En el caso del CREAF, que participa en ambos proyectos, aportará su experiencia a través de la finca Planeses en Girona, donde investigadores del centro implementan diversas prácticas de agricultura y ganadería regenerativa desde hace seis años. De acuerdo con Javier Retana, investigador del CREAF y uno de los participantes del proyecto, «esta colaboración entre el IRTA y el CREAF es una oportunidad de consolidar diversas técnicas de agricultura regenerativa en el territorio catalán». Este conjunto de métodos, a menudo ausentes en la agricultura intensiva, se convierten en clave para proteger los suelos. El exceso en el uso de fitosanitarios o de laboreo compromete su biodiversidad (subterránea y en superficie) y, por tanto, la fertilidad natural. Sin embargo, los beneficios de la agricultura regenerativa van más allá de la productividad de la tierra. Un suelo con buena estructura resiste más la erosión y contribuye a retener más agua, dos servicios esenciales para los ecosistemas. Por el contrario, la falta de materia orgánica le hace más vulnerable: «en la cuenca mediterránea, las lluvias torrenciales erosionan los suelos más desnudos. Se pierden toneladas por hectárea y año. Si desaparece, nuestros nietos no volverán a recuperarlo, no es renovable a escala humana», advierte Alins.