Cepsa y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han firmado un acuerdo para investigar la viabilidad de plantar cultivos energéticos de cobertura en diferentes zonas rurales de España. Un estudio realizado por ambas entidades fijará las zonas donde sembrar estos cultivos, denominados de cobertura porque protegen el suelo de la erosión entre los periodos principales de siembra y energéticos porque producen la materia orgánica necesaria para producir biocombustibles de segunda generación (2G).
El objetivo de esta colaboración, la primera de estas características realizada por la institución científica con una compañía energética, es llevar a cabo un estudio técnico-económico de diferentes áreas del país y determinar dónde sembrar este tipo de cultivos. Además de la viabilidad de su plantación, el estudio, que tendrá una duración de un año, también analizará los cultivos más idóneos en cada zona y su capacidad de absorción de CO2, identificando los que sean más beneficiosos en términos medioambientales. De esta forma, Cepsa podrá complementar sus fuentes de suministro de materia prima para la producción de este tipo de biocombustibles, uno de los principales desafíos de la industria, a la vez que impulsa la mayor autonomía de España en términos de aprovisionamiento e independencia energética.
Los cultivos de cobertura se realizan entre los periodos de siembra de los cultivos principales con el objetivo de proteger el suelo de la erosión. Además, aportan otras ventajas para la producción agrícola y el cuidado medioambiental, como el incremento de la fertilidad del suelo, el aumento de la capacidad de retención del agua de lluvia o una mayor absorción de CO2. Asimismo, estos cultivos pueden realizarse en terrenos degradados, como aquellos que han sufrido incendios, ayudando a su recuperación.
Estos cultivos se consideran energéticos porque parte de la biomasa producida puede emplearse en la generación de energía, además de poder aprovecharse en la fabricación de pienso para el ganado. El producto cosechado, al no competir con la alimentación, puede emplearse en la producción de biocombustibles de segunda generación. Mediante el fomento de esta clase de cultivos, los agricultores consiguen maximizar la rentabilidad de un mismo terreno, aumentando su calidad, diversificando sus ingresos y manteniendo la actividad durante todo el año. Además de obtener materias primas para la producción de biocombustibles de segunda generación, este tipo de cultivos fomenta la fijación de la población en las zonas rurales de la España vaciada e incrementa sus oportunidades generación de empleo y desarrollo económico.