Las mujeres en el medio rural se enfrentan a una doble desigualdad: la primera, asociada a su entorno de residencia en términos de oportunidades laborales, acceso a servicios y conectividad física y digital; y, la segunda, provocada por el hecho de ser mujer. Así, las barreras que genera la primera se ven magnificadas cuando interactúan con la variable género, en particular en tres aspectos: mayor precariedad en el empleo, infrarrepresentación en la toma de decisiones en el ámbito rural y mayor desequilibrio en la conciliación.
Como consecuencia, su participación y contribución plena a la generación de las rentas del trabajo se ve limitada, lastrando el desarrollo económico y el bienestar de las personas tanto en el entorno rural como en el conjunto de la sociedad.
Así lo recoge el último informe del clúster ClosinGap, impulsado por CaixaBank en colaboración con Analistas Financieros Internacionales (Afi) y que apunta que el coste de oportunidad de la brecha de género en el medio rural[1] asciende, como mínimo, a 38.500 millones de euros, es decir, el equivalente al 3,1% del PIB de 2019[2].
El informe ha sido presentado en un acto que ha tenido lugar en el Castillo de San Servando (Toledo) y en el que han participado la presidenta de ClosinGap, Marieta Jiménez; el director general de Negocio de CaixaBank, Juan Antonio Alcaraz; la directora de Cultura y Desarrollo directivo de CaixaBank, Anna Quirós; y la consultora de Economía Aplicada de Afi, Verónica López Sabater. Según el estudio "Coste de oportunidad de la brecha de género en el medio rural", la pérdida de peso de la población rural en los últimos años en España se debe, en gran parte, al menor crecimiento de la población femenina rural que, entre 1998-2020, creció a una tasa anual compuesta de 0,27% frente al 0,34% de los hombres rurales, lo que se ve reflejado en una mayor masculinización[3]. A esto contribuye la menor tasa de permanencia femenina en el mundo rural[4].
En este contexto, el envejecimiento de la población femenina en el ámbito rural es más intenso: si en zonas urbanas las mujeres de 65 años o más representan el 21,3%, el porcentaje aumenta hasta el 22,1% en el medio rural (frente al 18,2% de los hombres rurales). Este mayor envejecimiento de la mujer en el entorno rural impacta en una mayor tasa de dependencia, es decir, la carga soportada por la población en edad de trabajar para mantener a las personas mayores de 64 años. Así, por cada mujer en edad de trabajar en entornos rurales hay 0,35 mujeres mayores, mientras que en el caso de los hombres rurales esta cifra baja hasta 0,28.